viernes, 27 de octubre de 2017

Versos a Susana de Raúl González Tuñón


Un puerto y otro puerto y otro, tal vez mañana
veré otros, lejanos, muy lejanos.
Sirve café, sirve café, Susana.

Yo adoro la blancura de tus manos.
La calle es una exclamación inquieta;
la madama está echando los cerrojos.

Déjame ver tu cara, tu careta.
Yo adoro la dulzura de tus ojos.

La flauta del grumete se ha callado
pero el silencio ha sido agujereado
por el filoso alerta de la ronda.

Un parroquiano... Dile que no entre.
Me ahoga el humo de una pena honda.
Y yo alabo el cansancio de tu vientre.

martes, 24 de octubre de 2017

A solas con todo el mundo de Charles Bukowski


La carne cubre el hueso
Y dentro le ponen
Un cerebro y
A veces un alma,
Y las mujeres arrojan
Jarrones contra las paredes
Y los hombres beben
Demasiado
Y nadie encuentra al
Otro
Pero siguen
Buscando
De cama
En cama.
La carne cubre
el hueso y la
carne busca
algo más que
carne.
No hay ninguna
Posibilidad:
Estamos todos atrapados
Por un destino
Singular.
Nadie encuentra jamás
Al otro.
Los tugurios se llenan
Los vertederos se llenan
Los manicomios se llenan
Los hospitales se llenan
Las tumbas se llenan
Nada más
Se llena.

jueves, 19 de octubre de 2017

La más sabia de todas las sabidurías reside en la actitud de Bertolt Brecht



Un profesor de filosofía acudió a la casa del señor Keuner para mostrarle su saber. Pasado un rato, el señor Keuner le dijo: –Estás sentado de una manera incómoda, hablas incómodamente, piensas incómodamente. Encrespado, el profesor de filosofía respondió: –No se refería a mí lo que yo quería saber, sino al contenido de lo que estaba diciendo. No tiene ningún sentido -dijo el señor Keuner–. Andas con torpeza y no he visto que tus pasos te condujeran a ninguna parte. Hablas de manera oscura y tu conversación no ha arrojado ninguna luz. Basta ver tu actitud para perder las ganas de conocer tu objetivo.

De "Historias del señor Keuner"

sábado, 14 de octubre de 2017

La poesía es un arma cargada de futuro de Gabriel Celaya


Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.

Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

sábado, 7 de octubre de 2017

El canto de las runas de "Cantos nórdicos de los siglos IX al XIII" Anónimo


Del árbol que los vientos llenan de altos rumores
nueve noches enteras
pendí: me herí a mí mismo con la que era mi lanza,
y yo mismo a mí mismo me ofrecí, Odin a Odin
y consagréme al árbol
de las desconocidas y profundas raíces.
Ni el pan gusté siquiera, ni gusté la hidromiel,
antes bien, inclinado hacia abajo buscaba
las runas que debían darme el significado,
y así, para explicarlas, me arrojé sobre el suelo.