martes, 23 de enero de 2018

El músico de Luis Alberto Spinetta



Acongojado llora
con sus débiles dedos
la furia y el odio
y el lodo
que fue su origen.

Las cuerdas de su instrumento
como míseros revólveres
o quizá tendones de un dios ebrio,
cantan.
Y es sólo penumbras
el despertar de su hora tardía.
Y es sólo tiniebla
el entornar pequeño de sus ojos.

El músico está allí
donde el dolor no puede confundirse
con los ecos del demonio.

El músico es por fin
la tenebrosa ansiedad
de no volverse loco por el tiempo.
La vida que no recuerda nada,
el antiguo reloj en el que cayeron las lluvias.

Su soplido, fresco rechinar del abismo, cae.
Y su cuerpo de quimera y cárceles
va ensordeciéndose del cielo,
y quejándose de la soledad
que pudo por lo menos haber sido incomprensible.

Y así se materializan
los pensamientos del músico
como cruces que se encuentran
acostadas en el vientre.

Y las locas guirnaldas del verano
entreabren su pudor
Y se escucha el sonido.”

De “Guitarra Negra“.

sábado, 20 de enero de 2018

sueño justiciero de Juan López


anoche soñé que un barco se hundía en plena avenida San Martín
y uno podía arrojar al naufragio las cosas indeseables
comencé tirando un matutino y después otro y otro
y varias revistas diferentes pero iguales
de este modo les arruiné el negocio a varios cadáveres de la prensa
y además salvé de la tristeza a mis compañeros periodistas
agregué luego una docena de empresaurios
que son una mezcla de gerente obsecuente y patrón insaciable
esos bichos me producen mucho asco
más tarde sumé una pizca de fútbol junto con sus fanáticos
pero casi me caigo con ellos
a continuación rescaté del hundimiento a los limpiavidrios
cuidacoches cartoneros malabaristas y mendigos
que habían sido arrojados al torbellino
al parecer
por gente acomodada de la quinta sección

del libro Mirá (2005)

jueves, 18 de enero de 2018

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (fragmento) de Haruki Murakami


Mientras el anciano permaneció fuera, descansé dos o tres veces. En las pausas me tendí en el sofá y dejé vagar libremente mis pensamientos, fui al lavabo, hice flexiones. El sofá era muy cómodo. Ni demasiado duro ni demasiado blando, y el cojín se adaptaba a la perfección a la forma de mi cabeza. En todos los sitios a los que voy a trabajar, cuando llega la hora del descanso acostumbro a echarme un rato en el sofá, y lo cierto es que hay poquísimos que valgan realmente la pena. Los sofás son en su mayoría verdaderas chapuzas; parecen comprados para salir del paso, y a menudo, incluso en el caso de los más lujosos, esos cuya calidad se aprecia a simple vista, al acostarte en ellos te llevas una gran decepción. No comprendo cómo la gente es tan descuidada a la hora de elegir un sofá.
Siempre he creído —aunque tal vez sea un prejuicio, vete a saber— que, en la elección del sofá, uno demuestra su categoría. El mundo del sofá tiene unas reglas propias que no puedes transgredir. Pero eso sólo puede entenderlo quien haya crecido sentado en un buen sofá. Sucede como con quien ha crecido leyendo buenos libros o escuchando buena música. Un buen sofá crea buenos sofás, un mal sofá crea malos sofás. Es así como funciona.
Conozco a varios individuos que, pese a conducir automóviles de lujo, tienen en su casa sofás de segunda o tercera categoría. Esos tipos no me merecen excesiva confianza. Un automóvil de lujo tendrá su valor, nadie lo niega, pero no es más que un coche caro. Cualquiera que tenga dinero puede comprarlo. Sin embargo, para adquirir un buen sofá, hace falta juicio, experiencia y filosofía. Cuesta dinero, pero no basta con gastar dinero. Es imposible hacerse con un sofá excelente si no se tiene una imagen clara y definida de lo que es un sofá.
El sofá en el que estaba tendido yo en aquellos momentos era, a todas luces, un sofá de primera categoría. Eso despertó mis simpatías hacia el anciano.

martes, 2 de enero de 2018

Romance de la Luna, Luna de Federico García Lorca



La luna vino a la fragua
con su polizón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.

En  Romancero gitano.