martes, 16 de octubre de 2018

La partida de Franz Kafka




Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba.Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:

-¿Adónde va el patrón?

-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.

-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.

-Sí -repliqué-te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.


domingo, 14 de octubre de 2018

La naturaleza de un "error" de Seamus Heaney



Entonces, desde cierta perspectiva, el viaje de Orfeo al país de los muertos y su ruego inicialmente exitoso para que se libere a Eurídice del inframundo pueden representar la capacidad del arte -poesía, música, lenguaje- para vencer la muerte; y sin embargo, desde otro punto de vista, el que Orfeo vuelva fatalmente la mirada atrás de igual suerte habrá de representar "el fracaso del arte ante la realidad última de la muerte"; o bien, según la más drástica formulación de Charles Segal, la pérdida de Eurídice expresa "la intransigencia de la realidad frente a la plasticidad del lenguaje".

De  Al buen entendedor, Fondo de Cultura Económica, México, 2006.

lunes, 8 de octubre de 2018

Vienen... de Samuel Beckett




vienen
diferente e iguales
con cada una es diferente y es igual
con cada una la ausencia de amor es diferente
con cada una la ausencia de amor es igual

vienen
diferentes e idénticas
con cada una es diferente y es lo mismo
con cada una la ausencia de amor es diferente
con cada una la ausencia de amor es la misma.

De: Poemas en francés 1937 -1939

martes, 2 de octubre de 2018

La Montaña Rusa de Nicanor Parra



Durante medio siglo
La poesía fue
El paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
Y me instalé con mi montaña rusa.

Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
Echando sangre por boca y narices.

De versos de Salón (1962)

domingo, 30 de septiembre de 2018

Loba de Diane di Prima


soy una sombra cruzando el hielo
soy un cuchillo oxidado en el agua
soy un peral mordido por la helada
sostengo la montaña con la mano
el cristal corta mis pies
camino por el bosque azotado por el viento
después del anochecer
me envuelven en una nube dorada
silbo entre los dientes
pierdo mi sombrero

Mis ojos son alimento para las águilas
trabaron mi mandíbula con alambre de plata
he ardido a menudo y mis huesos son caldo
soy una estatua gigante de piedra en un acantilado

Estoy loca como una ventisca
me asomo desde armarios rotos

Diane di Prima (Nueva York, Estados Unidos, 1934), Loba, partes I a VIII, Penguin Books, Nueva York, 1998
Versión de Jonio González

lunes, 16 de julio de 2018

Fuimos de Homero Manzi


Fui como una lluvia de cenizas y fatigas
en las horas resignadas de tu vida...
Gota de vinagre derramada,
fatalmente derramada, sobre todas tus heridas.
Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
rosa marchitada por la nube que no llueve.

Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.
¡Vete...!
¿No comprendes que te estás matando?
¿No comprendes que te estoy llamando?
¡Vete...!
No me beses que te estoy llorando
¡Y quisiera no llorarte más!
¿No ves?,
es mejor que mi dolor
quede tirado con tu amor
librado de mi amor final.

¡Vete!,
¿No comprendes que te estoy salvando?
¿No comprendes que te estoy amando?
¡No me sigas, ni me llames, ni me beses
ni me llores, ni me quieras más!

Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado...
sombras de una sombra que tornaba del pasado.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza,
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.

(1945)

Barrio de tango de Homero Manzi



Un pedazo de barrio, allá en Pompeya,
durmiéndose al costado del terraplén.
Un farol balanceando en la barrera
y el misterio de adiós que siembra el tren.
Un ladrido de perros a la luna.
El amor escondido en un portón.
Y los sapos redoblando en la laguna
y a lo lejos la voz del bandoneón.

Barrio de tango, luna y misterio,
calles lejanas, ¡cómo estarán!
Viejos amigos que hoy ni recuerdo,
¡qué se habrán hecho, dónde estarán!
Barrio de tango, qué fue de aquella,
Juana, la rubia, que tanto amé.
¡Sabrá que sufro, pensando en ella,
desde la tarde que la dejé!
Barrio de tango, luna y misterio,
¡desde el recuerdo te vuelvo a ver!

Un coro de silbidos allá en la esquina.
El codillo llenando el almacén.
Y el dramón de la pálida vecina
que ya nunca salió a mirar el tren.
Así evoco tus noches, barrio 'e tango,
con las chatas entrando al corralón
y la luna chapaleando sobre el fango
y a lo lejos la voz del bandoneón.

martes, 29 de mayo de 2018

Tiempos Modernos de Nicanor Parra



Atravesamos unos tiempos calamitosos
imposible hablar sin incurrir en delito de contradicción
imposible callar sin hacerse cómplice del Pentágono.
Se sabe perfectamente que no hay alternativa posible
todos los caminos conducen a Cuba
pero el aire está sucio
y respirar es un acto fallido.
El enemigo dice
es el país el que tiene la culpa
como si los países fueran hombres.
Nubes malditas revolotean en torno a volcanes malditos
embarcaciones malditas emprenden expediciones malditas
árboles malditos se deshacen en pájaros malditos:
todo contaminado de antemano.

De Emergency poems (1972)

miércoles, 23 de mayo de 2018

La ausencia de Paul Eluard



Te hablo a través de las ciudades
Te hablo a través de los llanos

Mi boca está sobre tu almohada

Ambas caras de los muros se enfrentan
Y mi voz que te reconoce

Yo te hablo de eternidad

¡Oh! las ciudades y los recuerdos
Ciudades envueltas por deseos
Ciudades precoces y tardías
Ciudades fuertes ciudades íntimas
Despojadas de albañiles
De pensadores y fantasmas

Campiña, regla de esmeralda
Vívida viviente sobreviviente
El trigo del cielo sobre nuestra tierra
Alimenta mi voz sueño y lloro
Río y lloro entre llamaradas
Entre racimos del sol

Y sobre mi cuerpo tu cuerpo extiende
El manto de un espejo cristalino.

Paul Eludard
Versión de Vicente Cófreces y Javier Cófreces

martes, 15 de mayo de 2018

Nosotros de Eduardo Galeano


Nosotros
tenemos la alegría de nuestras alegrías
Y también tenemos
la alegría de nuestros dolores
Porque no nos interesa la vida indolora
que la civilización del consumo
vende en los supermercados
Y estamos orgullosos
del precio de tanto dolor
que por tanto amor pagamos.

Nosotros
tenemos la alegría de nuestros errores,
tropezones que muestran la pasión
de andar y el amor al camino,
Tenemos la alegría de nuestras derrotas
porque la lucha
por la justicia y la belleza
valen la pena también cuando se pierde
Y sobre todo tenemos
la alegría de nuestras esperanzas
en plena moda del desencanto,
cuando el desencanto se ha convertido
en artículo de consumo masivo y universal.
Nosotros
seguimos creyendo
en los asombrosos poderes
del abrazo humano.

Eduardo Galeano

domingo, 6 de mayo de 2018

Comunión plenaria de Oliverio Girondo



Los nervios se me adhieren
al barro, a las paredes,
abrazan los ramajes,
penetran en la tierra,
se esparcen por el aire,
hasta alcanzar el cielo.
El mármol, los caballos
tienen mis propias venas.
cualquier dolor lastima
mi carne, mi esqueleto.
¡Las veces que me he muerto
Al ver matar un toro!

Si diviso una nube
debo emprender el vuelo.
Si una mujer se acuesta
yo me acuesto con ella.
Cuántas veces me he dicho:
¿Seré yo esa piedra?.

Nunca miro un cadáver
sin quedarme a su lado.
Cuando ponen un huevo,
yo también cacareo.
Basta que alguien me piense
para ser un recuerdo.

lunes, 30 de abril de 2018

Apunte Callejero de Oliverio Girondo



En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana.

Pienso en donde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan llenos que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda...

Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.


de “20 poemas para ser leídos en el tranvía”

lunes, 23 de abril de 2018

EVERYTHING AND NOTHING de Jorge Luis Borges.


Nadie hubo en él; detrás de su rostro (que aun a través de las malas pinturas de la época no se parece a ningún otro) y de sus palabras, que eran copiosas, fantás­ticas y agitadas, no había más que un poco de frío, un sueño no soñado por alguien. Al principio creyó que todas las personas eran como él, pero la extrañeza de un compañero, con el que había empezado a comentar esa vacuidad, le reveló su error y le dejó sentir para siempre, que un individuo no debe diferir de su especie. Alguna vez pensó que en los libros hallaría remedio para su mal y así aprendió el poco latín y menos griego de que habla­ría un contemporáneo; después consideró que en el ejer­cicio de un rito elemental de la humanidad, bien podía estar lo que buscaba y se dejó iniciar por Anne Hathaway, durante una larga siesta de junio. A los veintitantos años fue a Londres. instintivamente, ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario, juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro. Las tareas histriónicas le enseñaron una felicidad singular, acaso la primera que conoció; pero aclamado el último verso y retirado de la escena el último muerto, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él. Dejaba de ser Ferrex o "Tamerlán y volvía a ser nadie. Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César, que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la alondra, y Macbeth, que conversa en el páramo con las brujas que también son las parcas. Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejan­za del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser. A veces, dejó en algún recodo de la obra una confesión, seguro de que no la descifrarían; Ricardo a­firma que en su sola persona, hace el papel ene muchos, y Yago dice con curiosas palabras no soy lo que soy. La identidad fundamental del existir, soñar y representar le inspiró pasajes famosos.


Veinte años persistió en esa alucinación dirigida, pero una mañana le sobrecogieron el hastío y el horror de ser tantos reyes que mueren por la espada y tantos desdicha­dos amantes que convergen, divergen y melodiosamente agonizan. Aquel mismo día resolvió la venta de su teatro. Antes de una semana había regresado al pueblo natal, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no los vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión mitológica y de voces latinas. Tenia que ser alguien; fue un empresario retirado que ha hecho fortuna y a quién le interesan los préstamos, los litigios y la pequeña usura. En ese carácter dictó el árido testa­mento que conocernos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario. Solían visitar su retiro amigos de Londres, y él retomaba para ellos el papel de poeta.


La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie.

martes, 17 de abril de 2018

Cien años de soledad (frag.) de Gabriel García Márquez



"Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.
— ¿Te sientes mal? —le preguntó.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
—Al contrario —dijo—, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo la serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y que pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria."

viernes, 30 de marzo de 2018

Otoño de Russell Edson



Érase un hombre que encontró dos hojas y entró en la casa sosteniéndolas con los brazos extendidos y dijo a sus padres que era un árbol.
Ante esto ellos dijeron entonces ve al jardín y no crezcas en la sala o tus raíces arruinarán la alfombra.
Él dijo estoy bromeando no soy un árbol y dejó caer las hojas.
Pero sus padres dijeron mira es otoño.

(Connecticut, 1935)

viernes, 16 de marzo de 2018

End of the world, 3 de Anne Talvaz



La arena negra. El agua que corre
en arroyitos, los caracoles
un poco más grandes que los nuestros, más rugosos,
que a duras penas despegamos de su cieno.
El murmullo de los árboles, su espesor.
En todas partes el suelo tiene el mismo aspecto,
la misma riqueza, la misma frescura,
el mismo silencio, el mismo aburrimiento.
Nada que te dé la menor pista;
pero si la tierra se niega así al recuerdo humano,
¿por qué conduce aquí el camino?
China Beah, Vancouver Island, 1995

jueves, 8 de febrero de 2018

Conducta en los velorios de Julio Cortázar


No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.

En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Bánfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado.Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el ultimo adiós y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas.Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos, una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre, la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas. El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrópolis, amargo es su desengaño. Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco.Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oración que es siempre un modelo de verdad y discreción. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; está profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco. Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirándose y estrujando los discursos en sus manos húmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cómo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del ataúd y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Conozco una pareja de cuervos... de Olvido García Valdés



Conozco una pareja de cuervos, sé que tienen
un tiempo semejante al de los hombres
para vivir; podría visitarlos,
pasear juntos
hasta los sauces de la orilla.
Hoy he hablado con alguien por quien sentí afecto,
le encontré satisfecho y próspero;
su enemigo murió. La muerte
siempre es de frío.


De "Ella, los pájaros" 1993

martes, 23 de enero de 2018

El músico de Luis Alberto Spinetta



Acongojado llora
con sus débiles dedos
la furia y el odio
y el lodo
que fue su origen.

Las cuerdas de su instrumento
como míseros revólveres
o quizá tendones de un dios ebrio,
cantan.
Y es sólo penumbras
el despertar de su hora tardía.
Y es sólo tiniebla
el entornar pequeño de sus ojos.

El músico está allí
donde el dolor no puede confundirse
con los ecos del demonio.

El músico es por fin
la tenebrosa ansiedad
de no volverse loco por el tiempo.
La vida que no recuerda nada,
el antiguo reloj en el que cayeron las lluvias.

Su soplido, fresco rechinar del abismo, cae.
Y su cuerpo de quimera y cárceles
va ensordeciéndose del cielo,
y quejándose de la soledad
que pudo por lo menos haber sido incomprensible.

Y así se materializan
los pensamientos del músico
como cruces que se encuentran
acostadas en el vientre.

Y las locas guirnaldas del verano
entreabren su pudor
Y se escucha el sonido.”

De “Guitarra Negra“.

sábado, 20 de enero de 2018

sueño justiciero de Juan López


anoche soñé que un barco se hundía en plena avenida San Martín
y uno podía arrojar al naufragio las cosas indeseables
comencé tirando un matutino y después otro y otro
y varias revistas diferentes pero iguales
de este modo les arruiné el negocio a varios cadáveres de la prensa
y además salvé de la tristeza a mis compañeros periodistas
agregué luego una docena de empresaurios
que son una mezcla de gerente obsecuente y patrón insaciable
esos bichos me producen mucho asco
más tarde sumé una pizca de fútbol junto con sus fanáticos
pero casi me caigo con ellos
a continuación rescaté del hundimiento a los limpiavidrios
cuidacoches cartoneros malabaristas y mendigos
que habían sido arrojados al torbellino
al parecer
por gente acomodada de la quinta sección

del libro Mirá (2005)

jueves, 18 de enero de 2018

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (fragmento) de Haruki Murakami


Mientras el anciano permaneció fuera, descansé dos o tres veces. En las pausas me tendí en el sofá y dejé vagar libremente mis pensamientos, fui al lavabo, hice flexiones. El sofá era muy cómodo. Ni demasiado duro ni demasiado blando, y el cojín se adaptaba a la perfección a la forma de mi cabeza. En todos los sitios a los que voy a trabajar, cuando llega la hora del descanso acostumbro a echarme un rato en el sofá, y lo cierto es que hay poquísimos que valgan realmente la pena. Los sofás son en su mayoría verdaderas chapuzas; parecen comprados para salir del paso, y a menudo, incluso en el caso de los más lujosos, esos cuya calidad se aprecia a simple vista, al acostarte en ellos te llevas una gran decepción. No comprendo cómo la gente es tan descuidada a la hora de elegir un sofá.
Siempre he creído —aunque tal vez sea un prejuicio, vete a saber— que, en la elección del sofá, uno demuestra su categoría. El mundo del sofá tiene unas reglas propias que no puedes transgredir. Pero eso sólo puede entenderlo quien haya crecido sentado en un buen sofá. Sucede como con quien ha crecido leyendo buenos libros o escuchando buena música. Un buen sofá crea buenos sofás, un mal sofá crea malos sofás. Es así como funciona.
Conozco a varios individuos que, pese a conducir automóviles de lujo, tienen en su casa sofás de segunda o tercera categoría. Esos tipos no me merecen excesiva confianza. Un automóvil de lujo tendrá su valor, nadie lo niega, pero no es más que un coche caro. Cualquiera que tenga dinero puede comprarlo. Sin embargo, para adquirir un buen sofá, hace falta juicio, experiencia y filosofía. Cuesta dinero, pero no basta con gastar dinero. Es imposible hacerse con un sofá excelente si no se tiene una imagen clara y definida de lo que es un sofá.
El sofá en el que estaba tendido yo en aquellos momentos era, a todas luces, un sofá de primera categoría. Eso despertó mis simpatías hacia el anciano.

martes, 2 de enero de 2018

Romance de la Luna, Luna de Federico García Lorca



La luna vino a la fragua
con su polizón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.

En  Romancero gitano.